Los siguientes son párrafos extraídos
del libro El camino a Cristo, escrito por Elena de White, fundadora de la
iglesia adventista del séptimo día.
Párrafo 1
El hombre, en su estado de inocencia,
gozaba de completa comunión con Aquel "en quien están escondidos todos los
tesoros de la sabiduría y de la ciencia" (Colosenses 2: 3.) Mas después de
su caída, no pudo encontrar gozo en la santidad y procuró ocultarse de la
presencia de Dios. Y tal es aún la condición del corazón no renovado. No está
en armonía con Dios, ni encuentra gozo en la comunión con él.
El pecador no podría ser feliz en la presencia de Dios (pág. 13)
Este
es el primero de una serie de párrafos que describen la idea que tenía la
autora acerca de la condición del pecador con respecto al cielo y a los que
allí habitan.
En
principio el párrafo hace una conjetura incoherente:
“Después
de su caída, no pudo encontrar gozo en la santidad”
El
hombre caído que procuraba ocultarse de la presencia de Dios, no era santo: “no está en armonía con Dios”,
sin embargo el párrafo dice que no encontraba gozo en la santidad. ¿Cómo
esperaba la autora que encontrara gozo en la santidad, si no era santo?
La
misma autora corrobora esa situación:
“Al
caer, el hombre se apartó de Dios: la tierra fue cortada del cielo. A través
del abismo existente entre ambos no
podía haber ninguna comunión. Mas mediante Cristo, el mundo está unido otra
vez con el cielo.” (pág.
16)
“No podría
haber ninguna comunión”
Es
posible que la autora utilizara la palabra “gozo” en otro sentido, es decir que
pudiera no referirse al bienestar por una satisfacción, sino que gozo allí
significaría: ser parte de una situación actual, por ejemplo: gozar de buena
salud.
La
autora podría haber querido decir, por ejemplo:
-El
hombre después de su caída no gozaba ya de la comunión con Dios-
Sin
embargo, eso no condice con lo que dice después.
“El pecador no podría
ser feliz en la presencia de Dios”
Lo
cual disipa la duda, dejando en claro que cuando la autora utiliza la palabra “gozo”
se refiere al sentimiento de complacencia.
Párrafo 2
El pecador no podría ser feliz en la
presencia de Dios; le desagradaría la compañía de los seres santos. Y si se le
pudiese permitir entrar en el cielo, no hallaría alegría en aquel lugar. (pág.
13)
Recién
después de leer este párrafo se entiende la verdadera intención del anterior, a
esto se quería llegar. Lo que se está diciendo es que mandar a los pecadores al
infierno no es una decisión arbitraria de Dios, sino una situación lógica y
razonable. Cabe señalar que una de las características propias de la doctrina
adventista es esa, entender los designios de Dios con razonamientos.
Sin
embargo, desde el comienzo la conjetura es necia y nada tiene de razonable
porque un pecador no puede estar en presencia de Dios. ¿Cuál es el punto de
decir que no sería feliz en presencia de Dios, si sencillamente no puede estar?
Es
como si se dijera que un hombre no podría ser feliz estando muerto, por eso
Dios les quita el conocimiento a los muertos. ¿A quién se le ocurre plantear
una conjetura tan absurda?
A
Elena de White se le ocurrían esas cosas. Los pecadores no entrarán al cielo
porque allí no serían felices, pero entonces ¿Por qué les mandará al infierno,
si allí tampoco hallarán alegría?
¿Desde
cuándo se preocupa Dios por la felicidad de los condenados al infierno? Si esa
hubiera sido la preocupación de Dios, entonces bien se le podría haber ocurrido
crear un lugar donde los pecadores fueran felices, un cielo para ellos. ¿No
tiene Dios tanta imaginación? ¿O es a la autora la que no se le ocurrió
plantear eso?
Ese
tipo de ideas hacen creer que Dios no ha creado el cielo y el infierno, sino
que hace lo que puede con lo que hay.
“El pecador no sería
feliz en el cielo” Esa es una declaración por demás
cínica, muestra un desmedido desprecio hacia los pecadores. Está claro que esa
declaración proviene de la mentalidad sectaria de la autora. Ella era la que no
sería feliz si los pecadores fueran al cielo. No porque su presencia le
molestara, sino porque su felicidad consistía en estar dentro de los elegidos
cuando Dios haga justicia separando las dos partes para luego desechar a los
otros, esa era su gran esperanza.
Es
una declaración que contiene también demagogia porque ese desprecio hacia los
demás se convierte en un elogio hacia la misma autora y hacia los miembros de
su iglesia.
Decir
que ese pecador no sería feliz en el cielo, deja ver que al menos tiene
capacidad de ser feliz. No en el cielo, dice la autora, pero capacidad tiene,
tal vez pudiera ser feliz pecando. Si fuera así, entonces es impensable que no
pudiera ser feliz en el cielo, sólo tendría que pecar y listo. Encontraría allí
muchas personas con quienes pecar, no habría necesidad de recurrir a la
compañía de los seres santos. Podría pecar aun estando solo, por ejemplo:
envidiando a los demás, codiciando las mujeres de los otros, matando a los
otros, etc.
Párrafo 3
Y si se le pudiese permitir entrar en
el cielo, no hallaría alegría en aquel lugar. (pág. 13)
Otra
vez la conjetura está equivocada. Si a un pecador se le permitiera entrar al
cielo, se daría cuenta de que a causa del pecado se estaba perdiendo de la
verdadera alegría y de la verdadera libertad, no querrá volver atrás.
La
autora hiso la tarea demasiado fácil, le pareció oportuno poner a un pecador en
el cielo para que no encuentre alegría allí, porque eso cumple casi a la perfección
con su idea del cielo, en vez de buscar y encontrar el reino de Dios, lo adaptó
a sus propias ideas delirantes.
Lo
que la autora seguramente no tuvo en cuenta es que todo eso también cumple con
delatar la falsa imagen que tenía del cielo y de sus propias ideas acerca de la
doctrina cristiana, ideas falsas que cuanto más se progresa en la lectura de
todo el libro, más se evidencian.
El
análisis está incompleto, por lo tanto es parcial y errado, hacerlo bien no es
tan fácil como a Elena de White le gustaba.
Para
hacer bien el análisis y antes de conjeturar una situación como la de ese
pecador, hay que ir a los más básico, primero habría que creer que el cielo es
un lugar donde es posible no hallar alegría, solamente así ese pecador cumpliría
con lo declarado por la autora.
También
habría que suponer que las personas que allí habitan, no harán nada por el
pecador, y mucho menos darían su vida para liberarlo de su condición.
Otra
cosa que habría que suponer es que el pecador iría sin la compañía de otros
pecadores, ya que si fueran todos los pecadores, o muchos de ellos, entonces ya
estaría un poco más alegre.
Además
habría que asumir que Satanás iría con él, ya que sin Satanás no podría ser
pecador, a no ser que la autora creyera que se puede pecar por iniciativa
propia.
Por
otra parte habría que suponer que Cristo no estaría en el cielo, ya que haría
huir a Satanás.
También
habría que mantener al pecador constantemente engañado, porque si no lo
estuviera, se alegraría de estar allí y no en el infierno.
Finalmente
habría que mantener intacta la ineptitud de los santos que allí habitan, pues
así, aun entre todos, continuarán sin poder alegrar ni desengañar a uno solo.
Un
cielo así no se diferencia mucho de la tierra, o al menos de la congregación
adventista.
Párrafo 4
El espíritu de amor puro que reina allí
donde responde cada corazón al corazón del Amor Infinito, no haría vibrar en su
alma cuerda alguna de simpatía. (pág. 13 y 14)
Muy
puro e infinito es ese amor que hay en ese cielo, pero bastante inepto, igual
que los santos que allí habitan. Al parecer, en el cielo de la autora hay mucha
simpatía pero nada de acción, nadie hace nada por el pecador ni se compadecen
de él.
Aunque
pudiera ser que no pueden hacer nada, de hecho la autora lo afirma. Eso es aún
peor, porque justifica la condición de ese pecador. Ni el amor infinito, ni el
amor puro que reina en el cielo transforman a esa persona, ni aun estando él en
el cielo. ¿Cómo esperaban que lograra dejar de ser pecador aquí en la tierra?
Un
pecador así, que es tan incapaz de estar en armonía con los demás, cuando nadie
puede hacer nada por él, ¿realmente merece el infierno? Cristo estará también
en el cielo, ¿ni siquiera Él puede darle alegría y sacarle sus engaños? y eso
que está sin Satanás. ¿No será que esa persona directamente no tiene la
capacidad de ser santo?
Y
esos santos, todos los redimidos juntos, en un ambiente donde reina el amor
infinito, donde la hermosura y la paz son infinitas también: ¿No pueden hacer
feliz a una sola persona? ¿No será que no quieren hacerlo? ¿No será que
diseñaron el cielo a medida su propio interés y se olvidaron de aquel que no
puede participar de sus actividades? ¿Merecen el cielo?
¿Y
qué hay de la influencia evangelizadora que la autora dijo tantas veces que hay
que utilizar para conquistar adeptos? ¿Y qué hay de las malas influencias que
la autora tantas veces dijo que hay que alejarlas?
Sólo
hay que imaginarse, el pecador está solo, sin malas influencias, sin Satanás,
está en un lugar que se supone que es hermoso. Se encuentra ahora bajo la
fuerte influencia de todos los santos de la historia de la humanidad juntos,
con Cristo de guía, con todo el tiempo infinito para lograr lo que se supone
que quieren: alegrar al pecador o desengañarlo, no lo logran.
Una
de dos, o el pecador no merece el infierno, o esos santos no merecen el cielo.
Aunque
hay otra posibilidad, tal vez el cielo no es tan grandioso como la mayoría cree
después de todo. El párrafo sugiere que el pecador no tiene lugar en el cielo,
pero tal vez sea el cielo el que no se merezca a algunas personas, tal vez se
merece albergar únicamente a ineptos.
El
hecho de poner a un infeliz pecador en el cielo se supone que demostrará la
justicia de Dios y su sabiduría. Pero a esta altura pareciera que demuestra lo
contrario.
Párrafo 5
Sus pensamientos, sus intereses, sus
móviles, serían distintos de los que mueven a los moradores celestiales. Sería
una nota discordante en la melodía del cielo. El cielo sería para él un lugar
de tortura. (pág. 14)
Es curioso el hecho que unos párrafos atrás, el pecador no
encontraba gozo en el cielo, ahora ya es un lugar de tortura. Con razón no
encontraba gozo.
Este párrafo podría estar dándole la razón a esos que dicen
que el infierno no existe. Que vayan todos a cielo sería lo justo, porque si los
pecadores fueran al infierno, más que un castigo sería un premio, un alivio, sería
como un paraíso para ellos, sería liberarlos de la tortura. Sólo hay que
imaginarse a los pecadores en el juicio final, estarán rogándole a Dios, por
favor, que no les mande al cielo para así liberarse de la tortura que allí les
espera.
Aunque también es probable que Dios, adelantándose a la
situación, envíe a los pecadores al infierno por compasión, para que no sufran
tanto.
También pudiera ser que el cielo y el infierno estén en el
mismo lugar, por ejemplo en la tierra. Eso explicaría la creencia de algunas
doctrinas que afirman eso, suelen decir: -el cielo y el infierno están en la
mente-.
El párrafo dice: “sería
una nota discordante”, eso confirma que en el análisis de la autora el
pecador está solo. ¿No se le ocurrió que pudieran ser muchos? Si fueran todos
los pecadores al cielo, de seguro ya no habría una nota discordante.
¿Ser la nota discordante es buen motivo para no pertenecer
al cielo? ¿No se le ocurrió a la autora poner a un solo santo en el cielo junto
a todos los pecadores a ver qué pasa? ¿Quién sería la nota discordante?
Eso prueba una cosa, el cielo evidentemente no es un lugar
donde se puede hallar amor y libertad, sino que la felicidad de los que allí
habitan depende de quienes lo acompañan, o sea que ese pecador no será feliz en
el cielo sencillamente porque estará solo y rodeado gente con quien no quiere
estar.
Eso significa que los pecadores en el infierno la van a
pasar bien, porque ya no estarán esos cristianos que le odian y no le dejan
ponerse en armonía con ellos.
En otras palabras, el cielo de Elena de White es un lugar
donde no estarán las personas que ella detesta. O lo que es peor aún, es un
lugar donde sí, estarán los que ella detesta pero sólo para tener la
oportunidad de decirles que no pertenecen allí, ni siquiera decirles, hacerles
saber sería mejor. Dejar que el pecador se dé cuenta sólo al notar por sí mismo
que sólo es una molesta nota discordante allí. Eso es histeria.
¿Habrá cucarachas en el
cielo? ¿Habrá ratas o tal vez mosquitos? Alguien tendría que haberle preguntado
eso a la autora. Aunque no es muy difícil suponer lo que habría contestado, Dios
también ha decretado que las cucarachas no entren al cielo para que no pasen
hambre, es que el cielo será un lugar tan limpio que no encontrarán nada para
comer.
Párrafo 6
No es un decreto arbitrario de parte de
Dios el que excluye del cielo a los malvados: ellos mismos se han
cerrado las puertas por su propia ineptitud para aquella
compañía. (pág. 14)
Este párrafo bien podría
titularse: La gran esperanza. “se han
cerrado las puertas”
Este párrafo no está claro,
¿Los malvados están excluidos del cielo por decreto, o ellos mismos se han
cerrado las puertas porque son ineptos para quedarse allí? Se evidencia que la
autora creía que Dios decretaba cosas innecesarias. Si hasta pareciera que Dios
decretó eso por orgullo, sólo para que se diga que Él tiene el mando.
Cuando la autora dice que
ellos mismos se han cerrado las puertas, se está justificando, está eludiendo
la ineptitud de su propia iglesia para hacerles conocer la verdad a esos
pecadores.
“ellos mismos se han cerrado las puertas…” Con esa frase la autora está
diciendo que solamente ellos tienen la culpa de su condición. Eso es anti
bíblico, a veces la culpa la tiene otro:
“¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas! Porque
recorren mar y tierra en busca de seguidores, y una vez que los consiguen, los
hacen dos veces más hijos del infierno que ustedes”. (Mateo 23: 15)
Con esa declaración, la
autora se estaba defendiendo de la acusación de haberlos engañado ella misma y
de haberles cerrado las puertas. Así engaña a los adventistas, quienes con su
doctrina están reclutando y condenando a multitud de gente al infierno, pero
ellos no lo creen así, sencillamente porque creen que los pecadores o
“malvados” como ha dicho ahora, se condenan ellos mismos.
“se han cerrado las puertas por su propia ineptitud” ¿Qué significa? ¿Se han hecho
ineptos ellos o ya eran de antes?
Si ya eran de antes, entonces
no merecen el infierno, o Dios no pensó en ellos cuando hiso el cielo.
Si se hicieron ineptos,
entonces también tienen la virtud de cambiar y hacerse aptos.
Si los malvados se han
cerrado las puertas del cielo, debido a su ineptitud. ¿Cómo hiso la autora para
plantear una supuesta entrada a ese lugar, siquiera para analizar la situación?
¿Cómo hiso para abrirles la puerta?
Sólo existe una forma: que
dejen de ser ineptos. En la conjetura de la autora, ese pecador ha dejado de
ser inepto y ha logrado entrar al cielo, pero sigue siendo inepto para todo lo
demás. Claro, tenía que ser así, porque si no, el cielo ya no sería un lugar de
tortura para él, ya podría encontrar alegría en ese lugar, hasta podría ser
feliz allí, con el tiempo se pondría en armonía y todo.
Alguien tendría que haberle
dicho a la autora, que Dios no ha decretado excluir a los malvados del cielo,
tampoco se han cerrado las puertas por su propia ineptitud, de ser así, nadie
entraría. Al contrario, Dios ha decretado que las puertas no estén cerradas.
Cristo pagó el precio que hay que pagar para entrar al cielo, debido a que no
hay absolutamente ningún ser humano que se lo haya ganado.
Una vez más, como en otros
escritos, la autora demuestra ser una devota del orden y creía que Dios también
lo era. Elena de White creía que los malvados se ganaban el infierno y los
buenos el cielo, eso era lo correcto y lo justo, así todo estaba en orden.
Evidentemente la imagen que
tenía de Dios era un producto reflejo de su propia mente. Seguramente debe ser
por eso que una de las primeras cosas que Dios decretó fue que el hombre no
tuviera permiso para hacerse una imagen de Él.
La autora seguramente ni se
imaginaba la cantidad de pecadores que irían al cielo, esa sola circunstancia
sería una pesadilla para ella, por eso dice que Dios decretó que los malvados
vayan al infierno, eso ordena otra vez la situación y hace justicia.
Un pecador en el cielo no
sería una nota discordante, sería un elemento desordenado para la autora y en
su cielo tan querido habría desorden por no estar todas las cosas donde ella quería
que estén.
Es llamativo que la autora
haya mandado al infierno a los “malvados”,
repentinamente ya no son los pecadores los que irán allá. Claro, tuvo que decir
malvados esta vez, porque la palabra pecadores la incluía. Además si hubiera
excluido del cielo, por ejemplo, a los engañados, entonces sus seguidores
hubieran empezado a cuidarse de ella y de engañadores como ella.
La mala noticia para ellos es
que, además de los malvados, también irán al infierno los engañados, los
engañadores, los ingenuos, los temerosos, los soberbios, los que juzgan a los
demás y los que no les dan de comer a los que tienen hambre.
Párrafo 7
Dios sería para ellos un fuego consumidor. Desearían ser
destruidos para esconderse del rostro de Aquel que murió por salvarlos. (pág.
14)
El
párrafo hace otra conjetura equivocada, para lograr lo que allí dice, no se
necesita llevarlos al cielo, ya que los pecadores cumplen con esa tarea en el
mundo. Los pecadores siempre están huyendo o escondidos de Dios, puede que las
dos cosas, ya que esconderse es una forma de huir.
Otra
vez el infierno y el cielo parecieran estar en el mismo lugar, ahora también
hay un fuego consumidor en el cielo, se supone que eso debería estar en el
infierno.
Nótese
que la autora repentinamente ya no habla de un pecador que está solo en el
cielo, habla de malvados y además son muchos. Por eso ya no habla de notas
discordantes ni de falta de felicidad, directamente el cielo para ellos es el
mismísimo infierno, con un fuego consumidor y todo. Eso confirma que cuando
antes dijo: “la nota discordante” se refería a un pecador solo.
La
autora dejó, otra vez, todo bien ordenadito para cumplir con su propósito. Pero
si pudo poner a los malvados en el cielo con propósito de análisis. ¿Por qué no
puede ponerlos en el cielo sin ese fuego consumidor, a ver qué pasa?
Porque
así claro, nunca van a ser felices; los malvados fueron al cielo pero se
llevaron al infierno con ellos. Aquella idea de que el cielo y el infierno
están en la mente, pareciera ahora estar cobrando mucha fuerza.
Párrafo 8
Es imposible que escapemos por nosotros
mismos del abismo del pecado en que estamos sumidos. Nuestro corazón es
malo y no lo podemos cambiar. (pág. 14)
Al
parecer, la autora escribió esta parte después de haberse olvidado de lo que
escribió antes, la parte que hablaba de la propia ineptitud de los pecadores.
Ahora resulta ser que los santos también son ineptos.
“ellos mismos se han cerrado las
puertas por su propia ineptitud”
“Nuestro
corazón es malo y no lo podemos cambiar”
No
tiene ningún sentido llamar inepto a un grupo de personas, si después se verá
que el resto grupo también lo es.
La
autora dice que nosotros mismos no podemos escapar del abismo del pecado, pero nosotros
mismos sí podemos cerrarnos las puertas del cielo. No nos es posible abrir las
puertas del cielo, pero sí, podemos cerrarla, algo no está claro en el
análisis.
Si
el corazón es malo y no se puede cambiar, entonces ¿Cómo es que los corazones en
el cielo sonarán al unísono con la armonía del cielo?
¿Cristo
hará el cambio?, entonces, ¿Por qué se les acusa de ineptos a aquellos
pecadores?
Está
claro que la ineptitud no será tenida en cuenta al momento de seleccionar quien
irá al cielo y quién no. ¿Entonces, por que mencionarla al momento de acusar?
La
respuesta está clara, otra vez, como en casi todos sus escritos, la autora utilizaba
una especie de metalepsis para evitar hacer declaraciones refutables. La autora
no lo dice, pero para ella hay dos grupos: los pecadores y los adventistas; los
pecadores irán al infierno a causa de su ineptitud, allí termina lo declarado. Entonces
los miembros de la iglesia de la autora se creerán salvados por deducción,
después de descartar a los malvados.
Acusar
a los pecadores de ineptos es totalmente incoherente con la doctrina cristiana,
pero la autora necesitaba hacerlo para que, por descarte, ella y sus seguidores
quedaran en la posición de aptos.
Declarar
que los pecadores son ineptos es lo que estuvo haciendo en todos esos párrafos,
por supuesto que también estuvo haciendo la comparación y el descarte. En este
caso, el descarte de los pecadores.
Ahora,
conjeturemos otra situación totalmente distinta, sólo para análisis, supongamos
que ese pecador en el cielo sí entiende todo sin engaños, que los santos logren
desengañarle, que sepa perfectamente donde está, que conozca las dos opciones,
es decir el cielo y el infierno, pero igualmente sepa, sin que haya ninguna
duda para nadie, que no sería feliz allí. ¿No le daría un poco de tristeza
tener que elegir la muerte eterna en vez de la infelicidad eterna? ¿No será
injusto que sólo tenga esas dos opciones?
Suponiendo
también que esa persona sí tenga la capacidad de aprender a ser feliz en el
cielo, pero no le interesa. ¿Por qué elegiría el infierno, por evitar ser
feliz, o por evitar el esfuerzo que lleva lograrlo?
Suponiendo
que sea por evitar el esfuerzo, entonces la pereza sería el mayor de los
pecados, o más bien el único, sería la única razón de la existencia del
infierno.
Otra
vez, como en todos los escritos de Elena de White, el engaño no existe.
Conclusión
El
primer acto perverso de esa conjetura, inventada por la autora, es haber creado
un espacio nuevo, entre el cielo y el infierno, para ubicar a un pecador
destinado a análisis. ¿Cómo se llama ese lugar en el que se encuentra ese
pecador? Podríamos llamarle: lugar neutro.
Ese
lugar neutro es anti bíblico. Por un lado está el infierno donde están los
condenados, allí están los engañados. Por otro lado está el cielo, donde están
los santos, no hay engaños allí. Finalmente está ese lugar neutro, donde se
encuentra un pecador, que está en el cielo pero continúa engañado.
Todo
ese análisis, proveniente de una mente delirante, pretende tener una clara
visión de la realidad del reino de Dios, de los santos y de los pecadores. Sin
embargo en vez de clara visión, más bien parece un análisis hecho por una
persona con claras intenciones de crear y compartir una mentalidad sectaria.
Para
que un pecador vaya al cielo, primero tiene que dejar de estar engañado. ¿Puede
alguien estar en el cielo, sin engaños y aun así no ser feliz? No, no puede. Si
así ocurriera, entonces en vez de culparle al pecador, habría que decir que el
cielo es tan buen lugar como la mayoría piensa.
Pero
sin embargo, a ese pecador se lo puso en el cielo todavía engañado, allí está
el punto central, un engañado no puede estar en el cielo; el análisis de esa
situación es totalmente absurdo desde el comienzo.
La
autora, una vez más, como en casi todos sus escritos, niega la existencia del
engaño, no lo menciona y todo su análisis lo ignora, es como si no existiera.
Negar la existencia del engaño en los demás, conduce a negar la existencia del
engaño propio.
El
hecho de que el pecador fuera al cielo aun engañado lo confirma, tanto se
olvidaba la autora del engaño que olvidó también quitárselo al pecador antes de
llevarlo al cielo.
¿Por
qué la autora no puso a un pecador en el cielo como tiene que ser, es decir sin
estar engañado? La respuesta es sencilla, porque el pecador al instante se
daría cuenta de toda la verdad y por lo tanto merecería estar allí, donde
además encontraría felicidad y gozo.
Eso
haría caer absolutamente toda la mentalidad sectaria de la autora, basada en la
creencia de que Dios aprueba a un determinado grupo de gente, pero no puede
aceptar al otro grupo.
La
autora, haciendo una réplica de esa mentalidad, rechazaba e incluso despreciaba
a la gente que vive en lo que ella llamaba “mundo”. No toleraba tener que estar
en la tierra con ellos. Probablemente sea por eso que su mente trastornada recurría
al delirio, que era la única forma que le permitía relacionarse con ellos.
Por
otra parte, la autora expuso esa teoría por demagogia, un desprecio así de
sutil hacia los allí llamados pecadores, es un elogio escondido a los miembros
de su iglesia, es un patético intento de hacerles creer que están en el lugar
correcto, es una palmadita en la espalda en un acto de felicitación. Un acto despreciable
disfrazado de reflexivo.
La
autora no dice que los adventistas tienen la aprobación del cielo, pero lo insinúa.
Un
pecador no sería feliz en el cielo, dice la autora. ¿Y qué hay de la orden bíblica
de no juzgar? Los adventistas que crean en eso están juzgando a los pecadores,
los hallan ineptos y probablemente ni se han dado cuenta de ello. Peor aún, se
juzgan ellos mismos y se hallan aptos.
Acciones
vergonzosas como esas, son propias de personas que esconden su desprecio hacia
los demás detrás de una creencia religiosa o una postura intelectual. Si hasta
pareciera poder visualizarse a un adventista leyendo ese material, con media
sonrisa irónica y triunfante, endereza la espalda y alinea los hombros cada vez
que recibe un elogio así. Se alegra de la existencia del pecador, lo usa como
contraste, se compara, no lo ama, menea la cabeza sínicamente cuando lo mira.
No lo sabe, pero es cómplice de su existencia.
La
mentalidad resultante es nada menos que la soberbia. Por creerse parte de un
grupo y no de otro; por creer que ese grupo les pertenece y creerse pertenencia
de él.
Ese
tipo de rechazo a los mundanos es, en realidad, un rechazo hacia esa parte de
ellos mismos que la tienen escondida como consecuencia de la represión. Creen
que reprimir ciertos impulsos es la virtud del cristiano, pues ese es el punto
central de todas estas declaraciones equivocadas hechas por la autora. Reprimir,
produce un cambio interior y exterior muy parecido al cambio producido en una
persona que verdaderamente ha aceptado a Cristo.
Elena
de White habla de un cambio interior, al cual señala como verdadero, en
contraste con un cambio exterior, al cual señala como falso. También, muy
acertadamente, afirma que diferenciar al falso del verdadero es muy difícil o
más bien imposible.
“Pueden producir una corrección externa de la
conducta, pero no pueden cambiar el corazón; no pueden purificar las fuentes de
la vida. Debe haber un poder que obre en el interior, una vida nueva de lo
alto, antes de que el hombre pueda convertirse del pecado a la santidad. Ese
poder es Cristo”. (El camino a Cristo, Pág. 14)
Ese párrafo no dice
toda la verdad. Una corrección externa
de la conducta no necesariamente indica un cambio en el corazón, en eso tiene
razón. Pero también es verdad que un cambio en el comportamiento puede indicar
un cambio de mentalidad y así confundirse con el cambio de corazón.
Otra vez la autora lo
hiso todo muy fácil, habla de una “corrección externa” en contraste con un
cambio verdadero hecho por Cristo. Aquí, como en muchos de sus escritos, el
contraste engañoso está siendo otra vez utilizado para engañar.
La corrección
solamente externa es errónea, dice la autora. Así, el cambio interior queda
como si fuera el de corazón, por ser sincero. En eso no tiene razón.
Un cambio en la
personalidad puede no haber sido realizado por Cristo, sino que puede ser resultado
de la represión. Un cambio de mentalidad podría ser producido por métodos de
persuasión coercitiva, lavado de cerebro, manipulación psicológica,
disociación, o por otros motivos como ser el síndrome de Estocolmo. Esa es la
parte que la autora omitió explicar.
¿Entonces como se hace
para saber de dónde proviene el cambio?
No es posible para los
demás saber si la persona ha sido transformada por Cristo. Pero sí, a veces hay
indicios que indican que no lo ha hecho.
Ese es el caso de
Elena de White y de todos los que creen en ella, hacer una conjetura así de
delirante como lo ha hecho la autora no es propio de un cristiano verdadero, el
verdadero cristiano ama a los demás, no los considera un bicho del que hay que
deshacerse.
La persona que ha sido
transformada por Cristo es verdaderamente libre, libre para amar, no para rechazar
y despreciar.
Una persona que
verdaderamente ha sido liberada por Cristo no diría jamás que un esclavo no
sería feliz si se liberara. Un ciego, después de haber recuperado la vista, no
diría nunca que los ciegos no serían felices si pudieran ver, menos aun dando
esos argumentos disparatados: -sus pensamientos ideas y acciones serían
distintos a los moradores del mundo de los que ven-.
Los que le dan la
razón a la autora seguramente han experimentado un cambio en sus vidas, pero no
conocen a Cristo. Han renunciado a un yo, pero solamente para substituirlo por otro
yo resultante de un cambio de mentalidad y por eso creen haber renunciado a sí
mismos. Tienen pruebas de ese cambio por todos lados, son los demás, así eran
ellos antes del cambio, se comparan, por eso creen que el cambio es verdadero.
Ellos tienen siempre
presente a ese antiguo yo que se parece tanto a los pecadores que hay en el
mundo, pero sólo para compararse y mantenerlo controlado para que no vuelva, eso
explica el rechazo. No se dan cuenta que siguen siempre vinculados y
comunicados con él, sus ideas y pensamientos se entremezclan, eso explica tanto
delirio.
Ese nuevo falso yo
está sistematizado en su iglesia, allí funciona bien, allí es aceptado, allí se
deja ver, se cree libre. Por eso cree que quedará algún día totalmente
establecido en su cielo, sólo allí funcionará en absoluta libertad, eso explica
la necesidad de excluir a los pecadores.
En
cambio, los que verdaderamente han aceptado a Cristo, lo ven también en los otros,
incluso en ese pecador que la autora asegura que no sería feliz en el cielo, ¿a
quién se le ocurre eso? A un falso cristiano que no cree en el engaño.
Esos falsos cristianos tienen bien ocultos sus
sentimientos de culpa, tan ocultos que ni siquiera sospechan que esos
sentimientos existen e influyen sobre ellos. En vez de renunciar a ellos mismos
como Cristo ordenó, cambian su mentalidad por otra supuestamente correcta que
proporciona a la persona buenos pensamientos o actos de superación y aprobación
del cielo.
La biblia enseña que
todos los verdaderos cristianos serán perseguidos, pero en el análisis de la
autora no parece muy perseguida, nunca fue perseguida, los adventistas nunca
fueron perseguidos.
Han puesto a un
pecador en el cielo, donde se suponen que hay cristianos y ni entonces reciben
persecución. En vez de decir que el pecador no sería feliz, ¿no se ocurrió a la
autora pensar que un pecador en el cielo sería un perseguidor?
¿Y si ese pecador
fuera un perseguidor de cristianos? Perseguiría a los que están allí hasta
exterminarlos a todos y que no quede ni siquiera uno. Los cristianos tampoco estarían
muy felices que digamos con una situación semejante. Si eso pasara, los
cristianos tampoco serían felices en el cielo. ¿A Dios no se le ocurrió que eso
podría suceder? ¿O a la autora no se le ocurrió?
Si
se tuviera que hacer una imagen pictórica del cielo de la autora, seguramente
habría que poner un grupo de adventistas en el cielo con un hermoso paisaje al
aire libre, todos sentados en círculo en la hierba. Uno de ellos tendrá la
biblia abierta en sus manos y compartirán una charla sobre temas puros y
elevados.
Cristo
estará a su lado de pie con sonrisa dulce, con la túnica larga y todo, con los
brazos abiertos y las palmas apuntando al círculo con actitud de estar
protegiéndolos, aprobándolos; en un gesto que deja entender lo que piensa:
-estos son mis hermanos-
Por
ahí nomás no muy lejos estará el pecador, comiéndose las uñas, sufriendo su
desorientación, estará mirando para donde enfilar para irse. Estará pensando y
preguntándose: ¿Qué hice? ¿Qué haré?
El
hombre está totalmente solo, ni sus amigos ni Satanás lo acompañan. Las mujeres
que hay allí, no le atraen siquiera por su forma de vestir, no muestran nada;
hasta se avergüenza de su propia forma de vestirse, aritos, tatuajes, piercings,
etc. se ve ridículo. Los reunidos no lo miran, lo ignoran por completo.
El
paisaje es el real paraíso, pero de esos histéricos; el cielo para ellos es un
lugar donde podrán rechazar, despreciar, darle vuelta la cara a quienes odian
para que les entre la culpa y les carcoma, el cielo es para ellos la revancha,
su momento de demostrar que tenían razón.
Alguien
dijo alguna vez, que para que el infierno sea realmente un lugar de castigo,
debe haber allí una ventana donde se vea el cielo, así el escarmiento sería aún
mayor, porque los que allí habitan tendrán siempre presente todo aquello que
perdieron.
Pero
al parecer, el infierno de Elena de White no
concibe esa ventana, porque de haber una, más bien sería para alivio de los
condenados, porque les recordaría todo aquello de lo que se salvaron: el lugar
de tortura, el fuego consumidor, etc.
También
se suele decir que desde el cielo no
debe verse el infierno, para que su felicidad no se vea perturbada por el
sufrimiento de los otros.
Sin
embargo, el cielo de la autora sí pareciera tener esa ventana, para poder
deleitarse viendo el infierno y lo mucho que los pecadores merecen estar allí.
Pero fundamentalmente para ver a los pecadores y compararse con ellos, para
recordar constantemente lo muy distinta que fueron sus vidas, lo mucho que padecieron
y lo mucho que sufren ahora aquellos que antes se divertían.
Buscaron
un pecador y lo encontraron, lo han puesto en frente suyo para juzgarle, no
para ir a ayudarle. Pero no pueden, no tienen ni idea de cómo se hace. ¿Cómo se
hace para amar a lo que se detesta? ¿Cómo se hace para amar a una rata?
¿Un
pecador en el cielo, no sería una buena noticia, una oportunidad?
Lo
único que vio la autora en ese pecador en el cielo fue la oportunidad para
expresar su rechazo diciéndole que no pertenece allí.
En
cambio, un verdadero cristiano vería la oportunidad de hacer algo por él.
La
autora nunca tendrá esa oportunidad, por eso necesitó imaginar esa situación
para poder expresarse. En cambio, un verdadero cristiano tiene todos los días
esa oportunidad.
Para
los adventistas, ese pecador allí en el cielo con ellos sería un elemento
desordenado que hay que empaquetarlo, etiquetarlo y ponerlo en el lugar que le
corresponde, y eso que se supone que es un ser amado.
Debe
ir a donde se merece, al infierno. De no ser así, sería la nota discordante que
impedirá a los que están en el cielo disfrutar plenamente de lo que se creen
merecer.
En
el cielo no será feliz, dicen muy cínicamente. Creen que el cielo se gana
modificando sus pensamientos, motivaciones, etc.
Los
pensamientos son parte de la persona, si alguien recurre a ellos para ir a Cristo
es porque no ha renunciado a sí mismo, ese tampoco pertenece al reino de Dios.
Cuento
¿Por qué nacen los bebés?
Esa
fue la pregunta que les hiso el profesor a un grupo de principiantes
estudiantes de filosofía.
Un
alumno levantó la mano y dijo en tono de broma: El papá le regaló una semillita
a la mamá y ella le hiso crecer en la panza, después de nueve meses nació el
bebé.
Otro
alumno adivinando que el profesor esperaba una respuesta filosófica, dijo: Los
bebes nacen porque todo el mundo,… no… mejor: todo el universo está al servicio
de que eso pase.
Muy
bien dijo el profesor, festejando esta última afirmación. Allí mismo levantó la
mano otro alumno y acordándose de alguna declaración de aquel artista argentino
Facundo Cabral, intentó repetir sus palabras y dijo: Nacen los bebes, porque
hay esperanza.
El
profesor entusiasmado con lo logrado hasta allí, pidió la opinión de otro que
estaba callado y con una clara actitud de que no se salía de la vaina por
participar.
El
callado, después de una pausa que dejó adrede para hacer creer que pensaba,
dijo: Nacen los bebes, porque Dios en su infinita sabiduría divina, supo que un
adulto no sería feliz en el vientre de la madre.
El profesor conocía bien el
significado de la falacia y como se estructura, de hecho era la materia a
estudiar la semana siguiente, pero no se había encontrado de frente con ella
hasta entonces en su clase.
Ese día el profesor aprendió
algo nuevo. Hay veces que necesitamos hacer nuestro propio juicio personal con
respecto a algunas ideas, ya que no siempre es posible refutar los argumentos erróneos
de los demás.
Cuento:
La bosa de
semillas
Dentro de una bolsa llena de
semillas de lapacho, destinadas a forestación, ocurría algo maravilloso, las
semillas hablaban entre ellas, se comunicaban, se hacían amigas y hasta
eventualmente se enemistaban y argumentaban cosas como las siguientes:
Una de las semillas se enteró
de su destino y les contó a las demás lo que pasaría con ellas, -ocurrirá algo
terrible- dijo: dejaremos la bolsa, es decir todo nuestro mundo para ir a morir
bajo la tierra.
Eso no es enteramente verdad,
dijo otra, que había visto un árbol una vez. En uno de mis viajes por la bolsa,
contó, había una pequeña abertura y pude ver que las semillas no mueren sino
que sólo se transforman y se convierten en árboles, lo cual es mejor que lo que
somos ahora, además un árbol vivirá en un ambiente muy distinto al nuestro,
servirá al planeta de muchas maneras y además de eso, escuché que llegan a ser gigantes
y los pájaros hacen nidos en sus ramas.
Yo
no quiero irme de aquí, dijo la más conservadora, acá está todo lo que quiero,
mi vida, mis intereses, mis pensamientos, ¿Quién puede saber lo que piensa un
gigante de nosotras? No quiero convertirme en árbol. Además, ustedes son mis
pares, yo no quiero vivir con esos gigantes que ustedes llaman árboles; además
¿para qué querría a los pájaros a mi lado? Preguntó con justa razón, ya que las
semillas consideraban a los pájaros como enemigos, porque se las podían comer.
No
te preocupes dijo otra, como reflexionando, eso del árbol y todo ese cuento no
es más que un mentira inventada por algunos para consolarnos de la muerte bajo
la tierra que nos espera.
Finalmente
otra, aún más incrédula, agregó, eso de la muerte bajo tierra tampoco debe ser
verdad.
Llegó
el día en que las semillas fueron plantadas, de alguna forma murieron para convertirse
en árboles de lapacho, una de las variedades de árboles más hermosos del mundo.
La
incrédula creció hasta convertirse en un gigante, entonces pensó, con razón no
creía en esto, un poco por justificarse, ¿cómo podría haber creído en algo que
no pude ni siquiera imaginarme? lo del cuento para consolarnos no tenía nada
que ver con todo esto.
Otro
árbol, resultado de la semilla reflexiva, se preguntó, mientras miraba que
algunos pajaritos ya se preparaban para hacer un nido nuevo; ¿Cómo se pueden
elaborar conclusiones desde un punto de vista tan limitado como lo es una bolsa
como aquella?
Aquel
árbol, producto de la que en vida fuera la semilla muy conservadora, dijo: No
veía el propósito de convertirme en árbol, no quería cambiar mi mundo por otro
desconocido. Sin embargo, en realidad, así renunciaba a lo que verdaderamente
importaba: la verdad, la libertad y la vida.
Cuento:
Un hombre que miraba al mundo.
Rogelio
Pascual, vivía en un asentamiento ubicado en la frontera misma que hay entre el
reino de Dios y el mundo. No estaba ni en un lugar ni en el otro, vivía con sus
pares en un gran valle.
Detrás
de las zonas altas al oeste estaba el mundo, todos los días solían ir hasta la
sima de esas mesetas pues la gente del pueblo criaba allí sus ovejas y cabras.
Así contemplaban el mundo, sus espectáculos y sus horrores, pero nunca iban
allá. Las personas que allí habitaban eran bien conocidas por él, ya que siempre,
aunque de lejos, las contemplaba.
Nunca
jamás se le ocurrió conocer el otro lado de las montañas que estaban al este,
donde quedaba el reino de Dios. Nunca fue allí a pasear ni siquiera por
curiosidad, ya que creía que el espectáculo mundanal era interesante y con
elementos lo suficientemente complejos como para captar toda su atención,
además tenía la referencia del predicador Quique Chagas, de su amigo Gary Smith
y de casi todos sus vecinos, quienes le decían que allá no había diversiones
como las del mundo, ni luces ni ruidos semejantes a lo mundano.
En
el pueblo, el predicador y sus fieles iban una vez por semana al reino de Dios,
era su lugar de adoración. Rogelio aprovechaba el día libre para pasear por las
zonas altas y observar el mundo, actividad no aconsejada por su amigo Gary.
Un
día vino Cristo desde el cielo y les dijo que había llegado la hora de llevar
al cielo a los redimidos y dejar en el infierno a todos mundanos cautivos de
Satanás y que Rogelio había sido destinado al infierno, puesto que en nuestras
vidas en la tierra decidimos cual será nuestro futuro después, en el fin de los
tiempos.
Rogelio
aceptó la decisión pero murmuró lo injusto del fallo, ya que él no conocía el
cielo. ¿Cómo pudo haber decidido? Está bien que siempre se la pasó mirando
hacia el mundo, pero de allí a que lo haya elegido comparándolo con el reino de
Dios, eso no era verdad, ya que él jamás había mirado hacia allí.
Su
amigo Smith le dijo: no tienes nada de que quejarte, puesto que tú mismo has
elegido tu destino. Te has pasado la vida mirando al mundo, si se te permitiese
ir al cielo, allí no encontrarías nada interesante, todo sería desconocido, no
serias feliz allí.
Antes
de partir y como acto de despedida, el hombre se tomó un instante para mirar
hacia el lugar al que nunca le había puesto interés: el reino de Dios; al verlo
sintió la paz que allí existe, la verdad en contraste con todo lo que conocía.
Sólo entonces comprendió la verdad, toda su vida había estado engañado.
Rogelio
volvió a murmurar, ahora sí muy apenado diciendo: lo que dijo Smith tampoco es
verdad, puesto que no es posible no ser feliz en el cielo. Además, yo no he
elegido entre el cielo y el infierno, yo no conocí nunca el cielo, ¿cómo pude
haber elegido?
Entonces
Cristo le contestó: No es por haberte pasado la vida mirando al mundo que te ha
sido designado al infierno, es por haber estado engañado, creías que ese lugar
que mirabas era el mundo y que el lugar donde estabas era un lugar neutro. Ese
lugar no existe, sólo existe en la mente de los engañados y los engañados no
entran al reino de Dios, el valle en el que vivían pertenece al mundo.
Enrique
se fue al infierno con Smith, el predicador Chagas y todos sus fieles,
culpables de lo mismo que Enrique.
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