domingo, 6 de julio de 2014

El abandono no es un castigo según Elena de White




Estos párrafos fueron extraídos del libro: El gran conflicto, escrito por Elena de White, fundadora de la iglesia adventista del séptimo día.




En el libro El gran conflicto, Elena de White narra lo que aconteció con Israel y su destrucción, a medida que va relatando lo sucedido, la autora va sacando conclusiones al respecto:


“Los judíos habían forjado sus propias cadenas; habían colmado la copa de la venganza”. (pág. 39)


“Pero cuando el hombre traspasa los límites de la paciencia divina, ya no cuenta con aquella protección que le libraba del mal. Dios no asume nunca para con el pecador la actitud de un verdugo que ejecuta la sentencia contra la transgresión; sino que abandona a su propia suerte a los que rechazan su misericordia, para que recojan los frutos de lo que sembraron sus propias manos”. (pág. 40)


La autora asegura que estos relatos están destinados a aclarar que Dios es inocente de la acusación que hace Satanás de haber destruido a Israel. Sin embargo, de manera muy sutil, lo que en realidad se está diciendo aquí es que el abandono no es un castigo. La autora ha tenido éxito en su tarea ya que esa es una creencia que toda la iglesia de la autora ha adoptado.


 “Dios no asume nunca para con el pecador la actitud de un verdugo”

“sino que abandona a su propia suerte a los que rechazan su misericordia”


La autora resguarda la imagen de Dios alegando que Él no realizó acción alguna durante la destrucción de Israel, como si el abandono no fuera una acción. El Dios de Elena de White, por no quedar como verdugo quedó como un histérico, el abandono es la venganza de los histéricos, logra con eso que los abandonados se sientan culpables.
Los siguientes párrafos apoyan la idea de la no intervención de Dios:


“En la destrucción absoluta de que fueron víctimas como nación y en todas las desgracias que les persiguieron en la dispersión, no hacían sino cosechar lo que habían sembrado con sus propias manos”. (pág. 39)

“Los padecimientos de los judíos son muchas veces representados como castigo que cayó sobre ellos por decreto del Altísimo. Así es como el gran engañador procura ocultar su propia obra. Por la tenacidad con que rechazaron el amor y la misericordia de Dios, los judíos le hicieron retirar su protección, y Satanás pudo regirlos como quiso”. (pág.39)


“le hicieron retirar su protección”, dice la autora, sacándole la culpa a Dios, victimizando a Dios. Victimizarse o sacarse uno la culpa sirve para poder ponérsela a los demás, otra actitud típica de un histérico.
En el siguiente párrafo, la autora cita un párrafo bíblico para explicar que a los malvados, en un futuro les pasará lo mismo que a Israel, es decir, se destruirán a sí mismos, otra vez dejando a Dios a salvo de ser llamado verdugo.


“Entonces los que no obedezcan al Evangelio serán muertos con el aliento de su boca y destruidos con el resplandor de su venida.  (2 Tesalonicenses 2:8.) Así como le sucedió antiguamente a Israel, los malvados se destruirán a sí mismos, y perecerán víctimas de su iniquidad”. (pág. 41)


La autora, antes había dicho que Dios no destruye ni castiga, pero ese versículo bíblico no está de acuerdo con la autora. ¿Qué elementos tiene que tener Dios para que la autora le otorgue el título de verdugo? ¿Un sable o algún arma humana?

El párrafo bíblico mencionado no coincide en absoluto con la predicción que la autora hace en el mismo párrafo, sin embargo los dos párrafos están puestos uno seguido del otro como si se estuviera hablando de la misma cosa. Con eso se supone que lo dicho por la autora tiene sustento bíblico:

La autora dice: “los malvados se destruirán a sí mismos”.

La biblia dice: “los que no obedezcan al Evangelio serán muertos con el aliento de su boca”

La única forma de explicar o conciliar esos dos párrafos es asociándolos con la culpa.
Los siguientes párrafos bíblicos explican la actitud que asume Dios ante la destrucción, como era de esperarse, tampoco coinciden con las declaraciones de la autora:


 “Y se han airado las naciones, y tu ira ha venido, y el tiempo para que los muertos sean juzgados, y para que des el galardón a tus siervos los profetas, y a los santos, y a los que temen tu nombre, pequeños y grandes, y para que destruyas los que destruyen la tierra.”  (Ap. 11:18)

“Ni su plata ni su oro podrán librarlos en el día de la ira del SEÑOR, cuando por el fuego de su celo toda la tierra sea consumida; porque El hará una destrucción total y terrible de todos los habitantes de la tierra”. (Sofonías 1: 18)

“Entonces los que no obedezcan al Evangelio serán muertos con el aliento de su boca y destruidos con el resplandor de su venida.  (2 Tesalonicenses 2:8.)


¿Por que la autora se empeña tanto, aun en contra de la biblia, en decir que Dios no es el verdugo sino que los castigados se destruyeron a sí mismos, o en su defecto, fueron castigados por Satanás?
Por la culpa, esa es la palabra que la autora nunca dice, pero está tan presente que incluso pasa desapercibida. La culpa es el elemento que une las declaraciones de la autora con lo dicho por la biblia, entonces cuando la autora dice: se destruirán a sí mismos, en realidad quiere decir: ellos tendrán la culpa de lo que les pasará, así Dios queda libre de culpa. Para evitar utilizar la palabra culpa, la autora usa frases como: Dios no asume la actitud de verdugo, o también: Satanás acusa a Dios falsamente.
Pero, ¿de verdad Elena de White defiende a Dios?

Ponerse de parte del acusado y defenderlo mal, es igual o siquiera más efectivo que atacarlo directamente. La autora no solamente está haciendo eso, sino que ella misma ingenió previamente toda la acusación.
Disfrazándose de representante de la verdad, inventó esa situación para poder manipular la imagen de Dios y llevarla a un lugar engañoso y falso. Sacó a Dios de un lugar, supuestamente erróneo, para llevarlo a otro lugar que, ella aseguraba, era el verdadero.
Esa es una estratagema que Satanás utiliza para engañar, se disfraza de ángel de luz y asegura que el cielo le ha encargado la tarea de anunciar una verdad. Hay un solo propósito específico en esa artimaña, hacer creer al lector que el abandono no es un castigo.
Ese propósito, para un lector distraído o muy creyente en la inspiración divina de la autora, podría pasar desapercibido porque el tema que se está tocando es otro totalmente distinto.

El Dios de Elena de White está a salvo de ser llamado verdugo, pero pareciera no haber ningún problema en el hecho de ser un Dios que abandona. Ese es un Dios de justicia para los adventistas.


“Nunca se dio un testimonio más decisivo de cuánto aborrece Dios el pecado y de cuán inevitable es el castigo que sobre sí atraen los culpables”. (pág. 40)


Nótese que la autora se da libertad de usar la palabra “castigo” en ese párrafo, eso es porque está hablando de la tarea que realizó Satanás. Sin embargo, así como está planteada la situación, pareciera que Dios y Satanás están de acuerdo por fin en la misma causa, de pronto ya no son enemigos, Satanás destruye lo que Dios aborrece. Sin embargo, aunque parezca increíble, la autora asegura que ese “castigo”, es decir el trabajo satánico, castiga a los “culpables” dando así testimonio del accionar de Dios.
“culpables” ¿De transgredir las leyes de Dios? Dios los halla culpables y Satanás realiza el castigo. Definitivamente, el Satanás de la autora es un justiciero.

Así como está planteada la situación, pareciera que Satanás no tiene la culpa de nada, él hace lo que tiene que hacer, hasta incluso hace justicia y da testimonio de Dios.
¿Por qué entonces la autora acusa a Satanás de haber hecho la destrucción si la culpa la tienen los judíos?
La respuesta sigue siendo la misma, la única forma de liberar a Dios de culpa es culpando a otros.
Los romanos destruyeron Jerusalén, entonces ¿Por qué no les halla culpables también a ellos? Porque de haberlo hecho Dios tendría que abandonarles también a ellos y Satanás los hubiera destruido. Pero como los romanos no fueron destruidos, entonces la autora no dice nada.

Decir que Dios no castiga sino que abandona es una declaración realmente cínica y por demás descarada, como si el abandono no fuera un castigo, como si la omisión no fuera una acción.
Creer que no se tiene culpa alguna por el daño causado por una falta de acción es un error, un prejuicio. Así la autora se burlaba de los lectores de sus escritos, como si todos tuviéramos tantos prejuicios como ella, como si Dios tuviera ese prejuicio.
Los lectores desprevenidos, la mayoría adventistas, algunos muy jóvenes o incluso niños, ingenuamente le creerán y por consiguiente incorporarán ese prejuicio a sus pensamientos y a sus vidas.
Mateo 25, podría enseñarles a los adventistas que la omisión, para Dios es una acción que puede ofenderle.


“Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis”. (Mateo 25:45)


La autora pareciera mostrarnos a un Dios, levantando las manos a la altura de los hombros y mostrando las palmas en señal de inocencia, dando unos pasos para atrás diciendo: -ah, yo no tengo nada que ver con la destrucción de Israel-.
Esa es la imagen de Dios que la autora quiere que se tenga, una imagen falsa y ridícula.

Sin embargo, eso no es todo lo que los adventistas necesitan tener incorporado para que la doctrina sectaria de Elena de White funcione. Hay algo más, es una mentalidad que se complementará con lo anterior, algo que también es autoría de Elena de White, creer que los malvados son libres.


“Dios permite que los malvados prosperen y manifiesten su enemistad contra él, para que cuando hayan llenado la medida de su iniquidad, todos puedan ver la justicia y la misericordia de Dios en la completa destrucción de aquéllos”. (pág. 52)


El párrafo da a entender que los malvados son libres y que han tomado libremente la decisión de ser lo que son y de hacer lo que hacen, por lo tanto se merecen la muerte por estar en contra de Dios.
Eso no es verdad, porque no son libres. Las únicas personas libres son aquellas a quienes Cristo libera, ellos son verdaderamente libres.
Pareciera que Cristo no es el que otorga libertad y salvación, más bien pareciera que tanto los malvados como los cristianos obedientes se merecen su recompensa, el castigo los unos y el premio los otros.
Se equivocan los que piensan que por ser obedientes y buenos ya son hijos de Dios y por lo tanto libres de la destrucción. Los engañados, por más obedientes que sean, no pertenecen al reino de Dios y también serán destruidos.

Esa idea, que todos somos libres, les servirá de complemento a los adventistas a la hora de abandonar. Una vez establecida una relación entre el abandono y la libertad de los abandonados, no habrá culpa alguna sobre las personas que abandonan, tampoco habrá responsabilidad ninguna por la suerte que corran esos que han sido abandonados.

Al igual que el Dios en el que creía Elena de White, los miembros de la iglesia de la autora abandonan a su propia suerte a los que no acepten o a los que cuestionen la doctrina de la iglesia.
Cuando los adventistas se encuentran con malvados, no sólo tienen una clara tendencia de no hacer nada por ellos, sino incluso tienden a distanciarse o mantenerlos a raya.
Si en la iglesia adventista aparece alguno que no está de acuerdo o cuestiona la doctrina, los demás hacen lo mismo que Dios hace con los malvados, consideran que es mejor dejarlo que se vaya en libertad, cuando en realidad lo que hacen es abandonarle. 
Al parecer, los adventistas creen que todos son libres, los malvados, los apóstatas, los cristianos y los incrédulos, incluso los que abandonan se toman la libertad de hacerlo.

Esa es la base de la doctrina adventista, castigar con el abandono a los que no están de acuerdo con la doctrina y tratan de cambiarla o denunciarla como errónea. Los miembros de esa iglesia no saben, la mayoría ni siquiera sospecha, pero están en ese lugar por temor a irse o a ser abandonados, o mejor dicho, temen merecer ser abandonados. Sin embargo, se jactan de lo contrario, creen que permanecer en esa congregación requiere valentía.
Es posible que muchas de las víctimas de ese castigo del abandono tampoco sepan que han sido víctimas de esa treta. El abandono es un castigo tan devastador, que los castigados terminan creyendo que se lo merecían.
El siguiente párrafo deja en claro que la autora ha unido las tres ideas; primero que el abandono no es un castigo, después que los malvados son libres y finalmente que Dios aprueba el abandono puesto que Él hace lo mismo:


“En ella (una casa de cristianos) se celebra una reunión de jóvenes; se oye el sonido de música instrumental y vocal. Hay cristianos allí reunidos, ¿pero que es lo que se oye? Es un canto, una frívola cantinela, propia de un salón de baile. He aquí, los ángeles puros retraen su luz, y la oscuridad envuelve a los que están en la casa. Los ángeles se apartan de la escena. Sus rostros están tristes. He aquí que lloran. Vi repetirse esto varias veces en las filas de los observadores del sábado”. (Mensajes para los jóvenes pág. 293)


Nótese que los jóvenes quedan como los únicos culpables de la situación y los ángeles son víctimas, de allí su llanto. No hay persecución ni castigo allí, ni siquiera ha habido un juicio, sólo hay abandono. Pareciera que los ángeles no han hecho nada malo, no han castigado a los jóvenes sino que sencillamente los dejaron libres. Pero claro que hubo juicio, claro que hubo castigo, pero los adventistas no suelen ver así la situación, porque el juicio no tuvo acusación y el abandono no es considerado castigo.
El párrafo muestra a los ángeles como víctimas. Los castigados con el abandono quedan con la culpa. Otra vez la histeria, victimizarse para que los otros queden con la culpa.

Pues esa libertad está tan mal entendida por la autora como lo está el tema del abandono. Ni los jóvenes ni los adultos deben tener ese tipo de libertad, la libertad de tener que arreglárselas solos o morir así.
Los ángeles tampoco deberían tener esa libertad, la libertad de vivir y dejar morir.

Pero hay una buena noticia. Al igual que el Dios falso en el que creía la autora, esos ángeles, esa luz que allí se menciona y esa libertad también son falsas.
Lo único verdadero es el tremendo castigo que constituye el abandono y también el tremendo engaño que poseen los que así actúan.


Mateo 25


“Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo.
Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí”.
 (Mateo 25: 34-36)


“Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis. Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no te servimos? Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna”. (Mateo 25: 41-46)

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